Llegó el otoño, y con él, el frío, la lluvia, las infecciones respiratorias y, muy pronto, la gripe. Es el momento en el que hordas de trabajadores se arrastrarán a su centro de salud o urgencias más cercanas en busca del Santo Grial laboral: un justificante médico que certifique que, efectivamente, esa persona que estornuda sin parar y tiene 38 grados de fiebre está enferma. Una situación “kafkiana”, en palabras de algunos médicos de atención primaria, que no tiene parangón en otros países, satura los ambulatorios, multiplica la posibilidad de contagio a otros pacientes, dificulta la recuperación y, en definitiva, carece de utilidad médica porque la única forma de curar una gripe es esperar y guardar reposo.
El absurdo de los justificantes médicos en España: “Me paso el día firmando bajas”