Rubén Villa Estébanez, director del centro de salud de Grado, preside la Sociedad Asturiana de Medicina Familiar y Comunitaria (SAMFYC). Nacido en Mieres (1961), vive en Oviedo desde los ocho años. Se graduó en Medicina en la Universidad de Oviedo en 1986 y se doctoró en 1992. Se especializó en medicina de familia en Avilés, con Miguel Merino como tutor. Desde 2007 ejerce en la capital moscona: “Soy un médico de pueblo y, aunque llegué con sentimientos encontrados, Grao me acogió y soy feliz ejerciendo allí la medicina de familia”.
—¿Por qué decidió ser médico?
—No lo tengo muy claro, no te sabría dar una razón concreta, pero desde pequeño ya quería estudiar medicina. Quizás mi padre no pudo estudiar medicina, los recursos de mis abuelos no llegaban para costear los estudios en Valladolid. Pero no lo tengo claro. Sería una impostura decir que quería ayudar a la gente, salvar vidas.
—¿Volvería a optar por esa profesión?
—Por supuesto. La vida laboral es esencial en el desarrollo personal. Hay que intentar ser feliz, disfrutar con lo que uno hace, independientemente de lo que hagas. Yo disfruto en la consulta, en los domicilios, incluso hasta en las guardias. A veces es agotador y frustrante, como todas, pero hay miradas, sonrisas, que lo llenan todo.
—¿La medicina de familia es la medicina más medicina?
—La medicina de familia es la medicina de las personas, en tanto que el resto es la medicina de las enfermedades. Las personas somos un todo que debe funcionar en armonía. No sólo un corazón o un pulmón o un riñón. Esta visión integral, solo la tienen la medicina de familia y la medicina interna. Pero la medicina de familia tiene otro factor crucial, la longitudinalidad, esa relación estable, en todos los momentos vitales, mantenida en el tiempo, entre el mismo médico y sus pacientes, en un barrio o pueblo. Se crea así una relación de confianza, de conocimiento mutuo, de compartir alegrías y tristezas, de compromiso, que favorece una asistencia más humana y segura. La longitudinalidad evita el sobrediagnóstico, la medicalización; disminuye las derivaciones hospitalarias, las visitas a urgencias, los ingresos hospitalarios, la mortalidad y mejora la esperanza y la calidad de vida, particularmente en las personas mayores.
—¿Le falta glamour a la medicina de familia o se trata de un error de apreciación de los médicos jóvenes?
—No puedes amar lo que no conoces. Resulta paradójico que cuando el 40 por ciento de los médicos egresados acabarán desarrollando su vida profesional en áreas competenciales de la medicina de familia; en Oviedo, aún no se haya impartido en ningún curso la asignatura de medicina de familia. Cuando los estudiantes llegan a los centros de salud, en el rotatorio de sexto, se sorprenden la amplitud de nuestro campo de conocimiento y de la variedad de técnicas y tareas que desarrollamos. Como dice Neferet en “La pirámide asesinada”, de Christian Jacq, “el verdadero ideal del médico es ser generalista; pero la prueba es tan dura, que la mayoría renuncia a ello”.
—¿Qué le sucede a la atención primaria?
—Que no brilla. No tiene máquinas que hagan “ping” ni lucecitas de colores. Que nunca ha sido una prioridad política y ha vivido abandonada a individuales esfuerzos voluntaristas. Pero también nosotros somos en parte responsables. El concepto de profesión ha sido sustituido por el de ocupación, simples trabajadores sumisos conminados a cumplir órdenes, desde la composición del centro hasta la contratación de sus miembros o la organización de su propio trabajo. También la extrema preocupación por mantener un igualitarismo absurdo, todos somos fantásticos, dificulta cualquier proceso de revisión crítica. Pero no debemos olvidar que la atención primaria es el único componente de la atención sanitaria donde un aumento de la oferta se traduce en un aumento de la salud y una mayor supervivencia, el único. A algunos estudios recientes me remito. Uno realizado en Noruega concluye que si la continuidad de un paciente con un mismo médico se mantiene durante más de 15 años, la probabilidad de acudir a urgencias, ingresar y morir disminuye entre un 25 y un 30 por ciento.
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