La saturación y falta de atención adecuada por la sobrecarga médica genera un importante aumento de mortalidad y morbilidad. Es indiscutible que el médico de AP tiene que estar para evaluar pacientes con patologías importantes y disponer del tiempo necesario para un buen resultado en términos de salud y no de conveniencias de sectores, categorías o políticas chabacanas que se orientan a la “sensación” de buena atención y normalidad, cuando no de dependencia buscada, de la población.
La actual trayectoria sanitaria de la AP conlleva una evidente dejación del control de crónicos, detección de nuevos pacientes incluidos los tumorales -así lo indican las cifras diagnósticas salvo que el virus tenga actividad antitumoral- y burnout del profesional.
Sólo hay que ver la multiplicidad de quejas y desesperanza que nos muestran nuestros compañeros intentando hacer la atención que prestan lo mejor que pueden a pesar de las zancadillas de la propia administración, o las declaraciones de compañeros de otras especialidades que dicen, por ejemplo, que los diagnósticos de tumores han descendido drásticamente.
Es escandalosa la diferencia de cargas de trabajo entre distintos tipos de profesionales sanitarios y no sanitarios de los centros de salud sin que el Consejero, Gerente del SESPA y resto de mandos intermedios de las Gerencias de Área hagan el más mínimo esfuerzo para recalcular tales cargas en beneficio de los pacientes que, al fin y al cabo, son los últimos sufridores de la mala gestión debido a intereses espúreos.
Mientras los médicos de AP están hasta la coronilla de consultas, muchas de ellas baldías en su totalidad y que son las que crecen exponencialmente, es notorio como las directrices para solucionarlo consisten en poner más auxiliares administrativos en un Call Center que solo ha demostrado dos cosas. De una parte sobrecargar aún más las agendas de los facultativos y de otra intentar ocultar el problema real del la AP: falta de médicos y flujos de atención o de trabajo absolutamente errados que la Covid19 ha puesto más en evidencia de lo que ya estaban antes.
Por si esto fuera poco, se inventó una agenda con intervenciones de 5 minutos para los teléfonos que, en opinión de quienes redactan este escrito, debiera ser realizado a otro nivel para seleccionar quién ha de ser evaluado por el profesional médico. 10 minutos para la atención presencial -que ya era hora- 7 minutos para la Actividad no demorable (a juicio del paciente, ahí lo dejamos) y 45 minutos para domicilio y medio que, cuando hay uno o ninguno vamos bien, pero cuando salen tres o cuatro…
Aún así, se siguen forzando citas y más citas en muchos más centros de los deseables, haciendo que la atención se realice con premura, incertidumbre y sobre todo, mucho estrés.
Desde abril, empezamos a comunicar a las autoridades lo que ellas debieran saber. Penoso es ya de por sí, que se lo tengamos que decir nosotros cuando ellos, de facto, ya lo tendrían que haber detectado y comenzado a tomar medidas. Ha pasado casi un año y tras varios vaivenes y “distress” politicoestructural seguimos peor, bastante peor que en lo más crudo de la primera ola de la pandemia. Y lo peor de todo, valga la redundancia, es que siguen errando y no quieren corregir disfuncionalidades de libro. Bueno, también en algunos defectos estructurales son empujados desde las “altas instancias” a no tocarlos.
Pues ahí están, expectantes frente a la caída de la AP, haciendo como que hacen algo sin hacer nada. Reuniones dilatorias, documentos de poca enjundia y la técnica anticonceptiva en desuso de la marcha atrás: toman una decisión y se retractan o les obligan a retractarse. Eso sí, tras empujarles y empujarles van a sacar las tardes con un año de retraso…, pero siguen sin hacer nada más.
Sección de A.P. del SIMPA