La sociedad asturiana no puede continuar eludiendo un gran debate para reordenar su sistema sanitario: urgía antes, tras 40 años de autonomía, y se vuelve ineludible ahora que el malestar revienta las costuras
Que la sanidad asturiana funcione bien, satisfaga plenamente a los usuarios y contente a los trabajadores del sector no es exclusivamente una cuestión de dinero, ni de medios técnicos, ni solo de médicos, ni del volumen de las plantillas de los hospitales y los centros de salud, ni de la adscripción del Gobierno que la dirija, ni de los principios ideológicos desde los que se ejecuten las políticas sanitarias. Esto es lo que enseña el sorprendente e inesperado éxito de la manifestación que convocaron el pasado domingo en Oviedo un grupo de sanitarios al margen de partidos y sindicatos. Obviar el desasosiego, sin interpretar adecuadamente las claves que lo sustentan, sería una temeridad. Y en alguna medida lo que se está reclamando es una gestión de los recursos eficaz y eminentemente profesional.
La mitad de las comunidades autónomas están inmersas en conflictos sanitarios de diversa intensidad. La cercanía electoral constituye siempre un tiempo goloso para la protesta en servicios básicos. Por el estado de ansiedad en que viven los gobernantes y por su aversión a perder pulsos impopulares. Esta vez, además, la pleamar de la pandemia dejó exhaustas a las plantillas, creando un caldo de cultivo para el descontento. Síntomas crónicos de otras dolencias coincidentes, como la carencia de especialistas y el aumento de los pacientes a seguir en una población que va envejeciendo, acaban por convertir en crítico el cuadro clínico.
El Principado se las prometía muy felices con la sanidad y creía permanecer al margen de la actual tendencia reivindicativa. Hasta el Presidente, ufano, intentó provocar un “efecto llamada” entre los médicos alardeando, con altas dosis de populismo, de unas condiciones económicas y laborales aquí inigualables No entraba en ninguno de sus cálculos que 4.000 personas salieran a la calle por su cuenta y riesgo para exigir cambios. Ni tampoco que las medidas paliativas que hace un mes impulsó su consejero de Salud para aumentar la retribución de las guardias en los centros de salud iban a surtir el efecto contrario: la rebelión de médicos veteranos que hacen sonar tambores de huelga. A la intranquilidad de los usuarios por el deterioro de la calidad asistencial en la atención primaria y los retrasos en cirugías y consultas, se suma la de quienes se sientan con la bata blanca al otro lado de la mesa. Una bomba de relojería.
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